Dios y su rey
1-2 ¿Por qué se rebelan contra Dios
las naciones y los pueblos?
¿Por qué estudian la manera
de luchar contra él y contra su rey?
¡Inútiles son los planes
de los reyes de este mundo!
3 ¡Quieren acabar con su poder!
¡Quieren librarse de su dominio!

4 Pero Dios desde su trono
se ríe y se burla de ellos.
5 Luego se enoja y los reprende,
se enfurece y los asusta.
6 Los amenaza diciendo:
«Ya elegí al rey
que gobernará desde el monte Sión,
que es mi montaña santa».

7 Voy a dar a conocer
lo que Dios ha decidido.
Él me dijo:
«Tú eres mi hijo;
desde hoy soy tu padre.
8 ¡Pídeme lo que quieras!
Te daré como herencia las naciones;
¡todo el mundo será tuyo!
9 Gobernarás a las naciones
con mano de hierro;
¡las destrozarás
como a ollas de barro!»

10 Ustedes los reyes,
pónganse a pensar;
déjense enseñar,
gobernantes de la tierra.
11 Adoren a Dios con reverencia;
y con alegría ríndanle culto.
12 Adoren a Dios,
para que no se enoje,
pues fácilmente se enfurece,
y podría quitarles la vida.

¡Dios bendice
a todos los que en él confían!
El reino del ungido del Señor
1 ¿Por qué se rebelan los pueblos?
¿Por qué conspiran las naciones?
2 Los reyes de la tierra hacen alianzas;
los caudillos se declaran en contra
del Señor y de su Mesías. Y dicen:
3 «¡Vamos a quitarnos sus cadenas!
¡Vamos a librarnos de sus ataduras!»

4 El que reina en los cielos se ríe;
el Señor se burla de ellos.
5 Pero ya enfurecido, les habla,
y con su enojo los deja turbados.
6 «Ya he establecido a mi rey
sobre el monte Sión, mi lugar santo.»

7 Yo daré a conocer el decreto
que el Señor me ha comunicado:
«Tú eres mi hijo.
En este día te he engendrado.
8 Pídeme que te dé las naciones como herencia,
y tuyos serán los confines de la tierra.
9 Someterás a las naciones con cetro de hierro,
y las destrozarás como a vasijas de barro.»

10 Ustedes, los reyes: ¡sean prudentes!
Y ustedes, los jueces: ¡admitan la corrección!
11 Sirvan al Señor con reverencia
y ríndanle culto con temor reverente.
12 Ríndanse a los pies de su Hijo,
no sea que él se enoje y ustedes perezcan,
pues su enojo se enciende de repente.
¡Bienaventurados son los que en él confían!