
Luz en las tinieblas
Encuentro
Hoy meditaremos sobre los versículos 4 y 5. Imagine, por un instante, cómo sería la vida si no tuviéramos acceso a la luz. ¿Qué consecuencias traería sobre nosotros esa condición?
Aporte
Juan prosigue con la analogía que traza con el relato de la creación e introduce ahora el tema de la luz. La narrativa de Génesis declara que «dijo Dios: Sea la luz. Y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas» (1:3–4). Del mismo modo el evangelista declara de Cristo: «En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron» (1:4–5).
Debemos tomar en cuenta que en el período en que se escribió este evangelio la oscuridad constituía una verdadera limitación para la humanidad. Cuando caía el atardecer y se ponía el sol, la gran mayoría de las actividades del día cesaban. Los hombres no poseían aún los medios como para prolongar, con iluminación artificial, las horas hábiles del día, de manera que la noche imponía serios obstáculos para las actividades de la población.
La analogía muestra cuán profunda es la incapacidad del hombre de discernir los caminos que debe escoger para echar mano de la vida. Aun a los que poseen mejor vista, la noche no les permite ver nada con claridad. Todo permanece entre penumbras, escondido en un mundo de sombras y siluetas. La necesidad de la luz se intensifica, pues, sin ella, avanzar en el camino resultará extremadamente tortuoso y arriesgado.
El Hijo de Dios, declara Juan, es la luz que tanto necesitan los hombres. Su luz, sin embargo, no posee la cualidad transitoria de las luces que podían fabricar los hombres, tal como una antorcha, una vela o una lámpara. Estas permanecían el tiempo que duraba el combustible que las mantenía encendidas. Cuando por fin se consumía, las tinieblas volvían a imponer su mano tenebrosa sobre todos. Juan afirma que, a diferencia de estos precarios utensilios, la luz de Cristo es más intensa que las tinieblas, de modo que la oscuridad no puede sojuzgarla. Esta luz, a diferencia de las otras luces, posee vida propia, que le permite conquistar, en forma definitiva, los lugares donde anteriormente las tinieblas han reinado sin restricciones.
Resulta lógico, entonces, afirmar que a mayor cercanía a la persona de Cristo, mayor luz recibiremos sobre la vida a la que hemos sido llamados. El camino para discernir con más nitidez el Reino no se encuentra en el disciplinado y minucioso estudio de las Escrituras, aunque este puede ser uno de los medios por los que nos acercamos. La luz que buscamos no la alcanzamos con la mente, sino con el espíritu. La entrada del Mesías a la Tierra es el anticipo a aquel momento en que las tinieblas dejarán de existir por completo, pues llegará el día en que «no habrá más noche» y el pueblo del Cordero «no tendrán necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos» (Apocalípsis 22:5).