
El Verbo de vida
Encuentro
Juan escogió referirse a Cristo como «el Verbo». Medite acerca del significado de esta palabra. ¿Qué imagen ofrece de la persona del Mesías?
Aporte
Juan es el único autor del Nuevo Testamento que se refiere a Jesús como el Verbo. Este detalle también nos anima a creer que el relato de Génesis 1 inspiró la introducción a este evangelio. El mundo, tal como lo conocemos hoy, comienza a existir a partir de la palabra hablada del Creador. Siete veces, en ese primer capítulo, se reitera la frase «dijo Dios», seguida por la afirmación «y fue así». No podemos dejar de percibir el extraordinario poder que contiene la palabra de Dios. Esta misma percepción es la que lleva a Juan a declarar: «todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho» (3). Es decir, todas las cosas que existen en el universo se originan en el Verbo, y fuera del Verbo nada existe.
Meditemos, por un instante, en el significado de la palabra «verbo» o «logos», según el griego. Es por medio de palabras que logramos situarnos en el plano de la vida para la cual fuimos creados. Somos seres llamados a la comunión con nuestros semejantes y con el Creador. Las palabras nos ofrecen la oportunidad de darnos a conocer y de que otros nos conozcan, de manera que se rompa la alienación que impone el pecado. Las palabras son el puente por el cual conseguimos acortar la distancia que nos separa a unos de otros.
¡Cuánto más poder existe, entonces, en la palabra que procede de la boca de Dios! No es como ninguna otra palabra pronunciada en el universo, pues ella procede de la fuente misma de la vida. Por esto, la vida y su palabra son una y la misma esencia. En cambio, las palabras que pronunciamos nosotros son palabras recibidas de otros. Sus palabras engendran vida porque él mismo «sostiene todas las cosas con la palabra de su poder» (Hebreos 1:3).
Esta palabra, entonces, es indispensable, pues la vida misma está contenida en ella. Sin ella los hombres estamos condenados a transitar por este mundo sin destino alguno, llevados y seducidos por todas las palabras que no son más que una pobre imitación de esta palabra. Esta palabra reprende, corrige, limpia, purifica, y orienta, pues «es viva y eficaz y más cortante que cualquier espada de dos filos: penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12).
En el comienzo de la aventura que propone este libro nos resulta provechoso, entonces, adoptar como nuestra la afirmación de Simón Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Juan 6:68). Que Dios, en su bondad, nos conceda ir más allá de las palabras que contienen estas páginas para arribar a los pies de la Palabra. ¡En él está la vida que tan desesperadamente anhelamos!
«Señor, crea en mí hambre y sed por la palabra que vivifica».