Ayudar no es una equivocación

«Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo.» (Lucas 3.11)

Esa noche de invierno nadie caminaba por la calle. De vez en cuando se escuchaba el ruido de algún automóvil que pasaba por la avenida principal, pero en el resto del pueblo todo parecía solitario y abandonado. ¡Es que el frío era tan intenso que nadie se animaba a salir de su casa! A la mañana siguiente las noticias anunciaban que la policía había encontrado a un hombre muerto en la puerta de la biblioteca local. Al igual que otros que no tenían casa ni familia, cada noche se acercaba hasta allí para buscar refugio y tratar de dormir un poco. ¡Pero el frío pudo más y le robó su vida!

Esto pasa en muchas ciudades alrededor del mundo. Mucha gente vive abandonada, dando vueltas sin un lugar donde vivir, sufriendo el frío o el calor extremos, las enfermedades, el hambre y la desnutrición, la burla y la discriminación de los demás…

Debemos hacer lo que esté a nuestro alcance para ayudar a quienes viven en la calle. No sigamos de largo cuando se crucen en nuestro camino: sonriamos, saludemos y, si es posible, conversemos con ellos. Acerquémosle algo caliente para comer, regalémosle esos abrigos que están en buen estado pero que no utilizamos hace tiempo. ¡Hagamos lo posible para mejorar su calidad de vida!

Por sobre todo, hablémosle a Dios de ellos y a ellos acerca de Dios. ¡Él es nuestro refugio!

Sumérgete: El amor de Jesús se demuestra en la práctica. Jamás nos equivocaremos cuando ayudemos a los demás. Hagámoslo aunque nos parezca algo pequeño e insignificante, porque para Dios y las personas necesitadas serán hechos de gran valor.